El reloj marcaba las seis y cinco. Luella abrió el cajón derecho de su mesa y guardó en él los papeles mecanografiados. Otro empleado, tan rezagado como ella, había recogido ya sus cosas e iba en busca de su chaqueta para marcharse. El hombre le hizo un gesto amistoso de adiós. —Hasta mañana, Luella. —Hasta mañana, Art. Cuídate ese resfriado. El hombre tosió.
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El reloj marcaba las seis y cinco. Luella abrió el cajón derecho de su mesa y guardó en él los papeles mecanografiados. Otro empleado, tan rezagado como ella, había recogido ya sus cosas e iba en busca de su chaqueta para marcharse. El hombre le hizo un gesto amistoso de adiós. —Hasta mañana, Luella. —Hasta mañana, Art. Cuídate ese resfriado. El hombre tosió.