La populosa ciudad rusa de Kiev parecía dormir dulcemente mecida en las tranquilas aguas del Dnieper. Quizá contribuía poderosamente a dar aquella impresión la casi total ausencia de lugares de diversión nocturna, y también la semioscuridad de las calles, desiertas a aquellas horas de la noche, a excepción de las patrullas de Policía que, en número considerable, velaban por el orden de la ciudad.
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La populosa ciudad rusa de Kiev parecía dormir dulcemente mecida en las tranquilas aguas del Dnieper. Quizá contribuía poderosamente a dar aquella impresión la casi total ausencia de lugares de diversión nocturna, y también la semioscuridad de las calles, desiertas a aquellas horas de la noche, a excepción de las patrullas de Policía que, en número considerable, velaban por el orden de la ciudad.