Walt Cameron salió del establo público, donde acababa de dejar su caballo, y al atravesar la calzada escuchó el canto de un canario, que provenía de la fachada del edificio de enfrente. Levantó la mirada, pero en vez del pájaro vio a una rubia que asomaba el busto y sonreía con un ojo cerrado. Walt levantó el ala del sombrero y correspondió al guiño, dejando ver la doble hilera de dientes blancos. Se acercó un poco para situarse debajo de la ventana y entonces la rubia le indicó que podía subir. El joven puso un pie en la acera y, de repente, se volvió hacia otro lado al escuchar el ruido de los batientes al abrirse violentamente y las botas de alguien que salía con mucha prisa.
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Walt Cameron salió del establo público, donde acababa de dejar su caballo, y al atravesar la calzada escuchó el canto de un canario, que provenía de la fachada del edificio de enfrente. Levantó la mirada, pero en vez del pájaro vio a una rubia que asomaba el busto y sonreía con un ojo cerrado. Walt levantó el ala del sombrero y correspondió al guiño, dejando ver la doble hilera de dientes blancos. Se acercó un poco para situarse debajo de la ventana y entonces la rubia le indicó que podía subir. El joven puso un pie en la acera y, de repente, se volvió hacia otro lado al escuchar el ruido de los batientes al abrirse violentamente y las botas de alguien que salía con mucha prisa.