Abandoné el bar donde terminaba de tomar un bocadillo, pisé la acera con ánimo de acercarme al coche, y entonces la vi correr como un diablo, con el rostro demudado, el pelo negro, como la endrina, cayéndole en cascada sobre los hombros unas veces, y otras ondeando al viento que ella misma producía debido a la velocidad que desplazaba en su carrera. Más que aquélla en sí, lo que me sorprendió fue la palidez de su rostro, el miedo que reflejaba, el terror incluso, y empecé a correr tras ella aun sin saber a ciencia cierta por qué lo hacía, y sobre todo adónde me conduciría luego el alcanzarla, si es que en realidad lo conseguía.
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Abandoné el bar donde terminaba de tomar un bocadillo, pisé la acera con ánimo de acercarme al coche, y entonces la vi correr como un diablo, con el rostro demudado, el pelo negro, como la endrina, cayéndole en cascada sobre los hombros unas veces, y otras ondeando al viento que ella misma producía debido a la velocidad que desplazaba en su carrera. Más que aquélla en sí, lo que me sorprendió fue la palidez de su rostro, el miedo que reflejaba, el terror incluso, y empecé a correr tras ella aun sin saber a ciencia cierta por qué lo hacía, y sobre todo adónde me conduciría luego el alcanzarla, si es que en realidad lo conseguía.