Cuando oyó pronunciar su nombre por primera vez, Joyce Breffat se volvió en redondo y miró en torno suyo. Estaba en el tocador de señoras de una elegante cafetería de la Quinta Avenida. Era una hora relativamente temprana, las diez y media de la mañana, debido a lo cual, el establecimiento, que ordinariamente tenía una gran clientela, se hallaba en aquellos momentos casi por completo vacío.
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Cuando oyó pronunciar su nombre por primera vez, Joyce Breffat se volvió en redondo y miró en torno suyo. Estaba en el tocador de señoras de una elegante cafetería de la Quinta Avenida. Era una hora relativamente temprana, las diez y media de la mañana, debido a lo cual, el establecimiento, que ordinariamente tenía una gran clientela, se hallaba en aquellos momentos casi por completo vacío.