La diligencia avanzaba a buena marcha por el serpenteante camino que corría casi paralelo al río. Bruno Kalden oyó los ruidos peculiares del vehículo en movimiento —batir de cascos de caballo, crujidos de maderas, chirriar de ruedas y roces de arneses—, pero se encontraba demasiado bien para abandonar su postura y echar siquiera un vistazo al carruaje que unos segundos después pasaría a menos de cien metros del lugar donde se hallaba.
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La diligencia avanzaba a buena marcha por el serpenteante camino que corría casi paralelo al río. Bruno Kalden oyó los ruidos peculiares del vehículo en movimiento —batir de cascos de caballo, crujidos de maderas, chirriar de ruedas y roces de arneses—, pero se encontraba demasiado bien para abandonar su postura y echar siquiera un vistazo al carruaje que unos segundos después pasaría a menos de cien metros del lugar donde se hallaba.