El coche se me paró cuando más falta me hacía. Cinco minutos después de haber comprobado que la avería, por los medios de que yo disponía en aquellos momentos, era irreparable, estaba maldiciendo a todos los fabricantes de automóviles en general y al del mío muy en particular. La cosa no era para menos. Estábamos a mediados de noviembre y el invierno se anunciaba particularmente crudo. La noche se acercaba a pasos agigantados, obscureciendo el ambiente con rapidez, me encontraba a doce millas de mi punto de destino y, por si fuera poco, caía un espeso aguanieve que reducía considerablemente la visibilidad, a la par que abrillantaba el asfalto de la carretera.
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El coche se me paró cuando más falta me hacía. Cinco minutos después de haber comprobado que la avería, por los medios de que yo disponía en aquellos momentos, era irreparable, estaba maldiciendo a todos los fabricantes de automóviles en general y al del mío muy en particular. La cosa no era para menos. Estábamos a mediados de noviembre y el invierno se anunciaba particularmente crudo. La noche se acercaba a pasos agigantados, obscureciendo el ambiente con rapidez, me encontraba a doce millas de mi punto de destino y, por si fuera poco, caía un espeso aguanieve que reducía considerablemente la visibilidad, a la par que abrillantaba el asfalto de la carretera.