Joe South, sentado junto a la ventana, contemplaba el edificio frontero, mientras el viento empujaba el cristal con ansias de remover el interior del elegante despacho. Joe South decidió en aquel momento que todos los abogados eran o unos bandidos o unos idiotas, y por antiguas experiencias sabía que el hombre que se sentaba al otro lado de la mesa no era un idiota.
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Joe South, sentado junto a la ventana, contemplaba el edificio frontero, mientras el viento empujaba el cristal con ansias de remover el interior del elegante despacho. Joe South decidió en aquel momento que todos los abogados eran o unos bandidos o unos idiotas, y por antiguas experiencias sabía que el hombre que se sentaba al otro lado de la mesa no era un idiota.