—Usted no pertenece al Oeste, ¿verdad? La voz del hombre que estaba sentado frente a él, dentro de aquel vagón de viajeros del Unión Pacific, obligó a Sidney Ogden a levantar la cabeza y mirarlo. La verdad era que lo había observado muchas veces, desde que aquel tipo subiera diez o doce estaciones antes de la última que habían dejado atrás. Y la manera con que lo
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—Usted no pertenece al Oeste, ¿verdad? La voz del hombre que estaba sentado frente a él, dentro de aquel vagón de viajeros del Unión Pacific, obligó a Sidney Ogden a levantar la cabeza y mirarlo. La verdad era que lo había observado muchas veces, desde que aquel tipo subiera diez o doce estaciones antes de la última que habían dejado atrás. Y la manera con que lo