La niebla se alzó de las marismas como un grueso manto gris, fue alargándose, flotando en el quieto aire del crepúsculo y llegó al pueblo. Lo envolvió precipitando así las negras sombras de la noche sobre las calles y las casas, haciendo que sus habitantes cerrasen puertas y ventanas, corrieran cerrojos y colgaran cruces en todos los huecos. —Es la víspera del diablo —decían las gentes en voz baja. Arropaban a los niños, los custodiaban hasta comprobar que habían conciliado el sueño y luego se reunían en torno a la lumbre. Apenas hablaban. Parecían concentrados en sí mismos, en sus pensamientos, en sus espantos. Era la víspera. Pero la niebla estaba allá fuera, pegándose a las paredes, filtrándose por las rendijas como pequeños fantasmas, y ahogaba todo sonido, si es que había alguno fuera de las casas de Shadow Town.
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La niebla se alzó de las marismas como un grueso manto gris, fue alargándose, flotando en el quieto aire del crepúsculo y llegó al pueblo. Lo envolvió precipitando así las negras sombras de la noche sobre las calles y las casas, haciendo que sus habitantes cerrasen puertas y ventanas, corrieran cerrojos y colgaran cruces en todos los huecos. —Es la víspera del diablo —decían las gentes en voz baja. Arropaban a los niños, los custodiaban hasta comprobar que habían conciliado el sueño y luego se reunían en torno a la lumbre. Apenas hablaban. Parecían concentrados en sí mismos, en sus pensamientos, en sus espantos. Era la víspera. Pero la niebla estaba allá fuera, pegándose a las paredes, filtrándose por las rendijas como pequeños fantasmas, y ahogaba todo sonido, si es que había alguno fuera de las casas de Shadow Town.