Las sombras del anochecer habían caído sobre la aldea india. Los centinelas montaban una guardia rutinaria. La tribu no tenía enemigos declarados y no se temía ningún ataque. Dentro de los tipis ardían las fogatas que calentaban a quienes se hallaban en su interior. En uno de aquellos tipis estaban reunidos varios muchachos, que aún no habían pasado la prueba de la pubertad y no habían sido admitidos como guerreros. Ellos estaban pendientes de las palabras de Avat-Niah, el hombre de los tiento veinte inviernos.
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Las sombras del anochecer habían caído sobre la aldea india. Los centinelas montaban una guardia rutinaria. La tribu no tenía enemigos declarados y no se temía ningún ataque. Dentro de los tipis ardían las fogatas que calentaban a quienes se hallaban en su interior. En uno de aquellos tipis estaban reunidos varios muchachos, que aún no habían pasado la prueba de la pubertad y no habían sido admitidos como guerreros. Ellos estaban pendientes de las palabras de Avat-Niah, el hombre de los tiento veinte inviernos.