Los dos hombres salieron del aeropuerto de Niza hacia la explanada de aparcamiento. Uno de ellos era moreno, de estatura poco más que mediana. El otro era pelirrojo, alto, atlético, pecoso. Ambos vestían frescos trajes blancos y corbata adecuada al traje y, sobre todo, al intenso calor. Se adivinaba el esfuerzo voluntarioso por llevar aquellas ropas en lugar de otras más cómodas. El más bajo era el único que llevaba equipaje, si así podía llamarse a la bolsa de «Alitalia». Sólo eso. Un hombre de aspecto atractivo y varonil, con su curtido rostro y las pinceladas blancas de sus canas en las sienes.
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Los dos hombres salieron del aeropuerto de Niza hacia la explanada de aparcamiento. Uno de ellos era moreno, de estatura poco más que mediana. El otro era pelirrojo, alto, atlético, pecoso. Ambos vestían frescos trajes blancos y corbata adecuada al traje y, sobre todo, al intenso calor. Se adivinaba el esfuerzo voluntarioso por llevar aquellas ropas en lugar de otras más cómodas. El más bajo era el único que llevaba equipaje, si así podía llamarse a la bolsa de «Alitalia». Sólo eso. Un hombre de aspecto atractivo y varonil, con su curtido rostro y las pinceladas blancas de sus canas en las sienes.