PARADO en la plaza bajo el tórrido sol, Duarte de Almeida paseó la mirada alrededor. Había visto muchas aldeas interiores de su gran país; esta era como cualquiera, sin nada especial que la diferenciara. Ahora mismo las mujeres y los niños le miraban repletos de curiosidad, sin acercársele, también algunos viejos y algún que otro hombre maduro. Sin duda no debían tener muchos visitantes forasteros.
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PARADO en la plaza bajo el tórrido sol, Duarte de Almeida paseó la mirada alrededor. Había visto muchas aldeas interiores de su gran país; esta era como cualquiera, sin nada especial que la diferenciara. Ahora mismo las mujeres y los niños le miraban repletos de curiosidad, sin acercársele, también algunos viejos y algún que otro hombre maduro. Sin duda no debían tener muchos visitantes forasteros.