POR quinta o sexta vez, en el transcurso de una hora, Robert Liste detuvo sus pasos y poniendo una mano sobre sus ojos, a manera de pantalla que los defendiera contra los ardorosos rayos del sol, oteó detenidamente todo el horizonte que podía abarcar con la mirada. De sus resecos labios brotó una imprecación y por vez primera la duda hizo mella en su ánimo.
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POR quinta o sexta vez, en el transcurso de una hora, Robert Liste detuvo sus pasos y poniendo una mano sobre sus ojos, a manera de pantalla que los defendiera contra los ardorosos rayos del sol, oteó detenidamente todo el horizonte que podía abarcar con la mirada. De sus resecos labios brotó una imprecación y por vez primera la duda hizo mella en su ánimo.