Hombres de paz: Marmont, el sheriff, daba su última galopada por las secas y polvorientas tierras donde sus dos 45 y su estrella de plata impusieron la ley sobre unos hombres que luchaban contra ella, que deseaban alejarla de allí porque sabían que una vez se hubiera impuesto serían ellos quienes tendrían que marchar.
La ley de los 45: Los habitantes de El Cortez son, en cuanto a salvajismo, verdaderos trogloditas. Están en la edad de piedra, obedecen solo a sus instintos y no reconocen ley alguna. Pero, por lo que se refiere al armamento, no utilizan precisamente mazas de piedra, sino revólveres de seis tiros y rifles de gran potencia. Ya les he dicho que se ha intentado varias veces enviar allí a un sheriff. Apenas ha tenido tiempo de quitarse de la garganta el polvo del desierto antes de que varias balas pusieran fin a su vida. El cementerio de El Cortez es el que guarda en su seno más representantes de la ley. Para domar a los habitantes de ese pueblo perdido en el desierto sería preciso, no solo un regimiento de infantería, sino otro de caballería y un par de baterías. El Gobierno, hasta ahora, ha preferido seguir la política de dejar que los maleantes de El Cortez se maten entre ellos. Al fin solo quedarán los hombres de buena voluntad y ya se encargarán de poner paz. Llevamos así varios años. El Cortez prospera, crece, se convierte en una verdadera urbe; pero el crimen y la violencia crecen con la misma exuberancia.
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Hombres de paz: Marmont, el sheriff, daba su última galopada por las secas y polvorientas tierras donde sus dos 45 y su estrella de plata impusieron la ley sobre unos hombres que luchaban contra ella, que deseaban alejarla de allí porque sabían que una vez se hubiera impuesto serían ellos quienes tendrían que marchar. La ley de los 45: Los habitantes de El Cortez son, en cuanto a salvajismo, verdaderos trogloditas. Están en la edad de piedra, obedecen solo a sus instintos y no reconocen ley alguna. Pero, por lo que se refiere al armamento, no utilizan precisamente mazas de piedra, sino revólveres de seis tiros y rifles de gran potencia. Ya les he dicho que se ha intentado varias veces enviar allí a un sheriff. Apenas ha tenido tiempo de quitarse de la garganta el polvo del desierto antes de que varias balas pusieran fin a su vida. El cementerio de El Cortez es el que guarda en su seno más representantes de la ley. Para domar a los habitantes de ese pueblo perdido en el desierto sería preciso, no solo un regimiento de infantería, sino otro de caballería y un par de baterías. El Gobierno, hasta ahora, ha preferido seguir la política de dejar que los maleantes de El Cortez se maten entre ellos. Al fin solo quedarán los hombres de buena voluntad y ya se encargarán de poner paz. Llevamos así varios años. El Cortez prospera, crece, se convierte en una verdadera urbe; pero el crimen y la violencia crecen con la misma exuberancia.