Era sábado, por lo que no podía extrañar ver desiertas las tres calles que convergían en la pequeña plaza de forma ovalada con la vieja fuente en medio. La media docena de tiendas que la circundaban estaban desiertas. Sólo el viejo y pequeño café tenía abiertas sus puertas, pero estaba tan desierto como las calles. Los que no estaban de vacaciones habían ido a pasar el fin de semana fuera, y un fin de semana en París en pleno agosto convierte a la capital, incluso a los suburbios, en un inacabable desierto de asfalto y adoquines.
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Era sábado, por lo que no podía extrañar ver desiertas las tres calles que convergían en la pequeña plaza de forma ovalada con la vieja fuente en medio. La media docena de tiendas que la circundaban estaban desiertas. Sólo el viejo y pequeño café tenía abiertas sus puertas, pero estaba tan desierto como las calles. Los que no estaban de vacaciones habían ido a pasar el fin de semana fuera, y un fin de semana en París en pleno agosto convierte a la capital, incluso a los suburbios, en un inacabable desierto de asfalto y adoquines.