«Vivimos en una época en la que la violencia se glorifica, tanto en las novelas como en el cine y en la propia televisión. El cine decae, pero se llenan las salas donde se proyectan filmes en los que abundan los crímenes, los hombres sin escrúpulos y el erotismo…» El locutor de la televisión francesa continuó hablando, mientras a través de la pantalla aparecía la figura de Marcel Reynard. Un hombre de unos treinta y cinco años, bien constituido físicamente, atractivo y de expresión dura. El locutor prosiguió: «A la violencia es necesario anteponerle violencia. Así pensaba el agente Marcel Reynard…»
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«Vivimos en una época en la que la violencia se glorifica, tanto en las novelas como en el cine y en la propia televisión. El cine decae, pero se llenan las salas donde se proyectan filmes en los que abundan los crímenes, los hombres sin escrúpulos y el erotismo…» El locutor de la televisión francesa continuó hablando, mientras a través de la pantalla aparecía la figura de Marcel Reynard. Un hombre de unos treinta y cinco años, bien constituido físicamente, atractivo y de expresión dura. El locutor prosiguió: «A la violencia es necesario anteponerle violencia. Así pensaba el agente Marcel Reynard…»