Para Diana O’Malley, todos los relojes del mundo parecían haberse detenido en el momento en que sus padres murieron. Sola, sin la protección de nadie, ante el desolado espectáculo de su casa destruida por un incendio, y frente a la tumba donde reposaban los restos carbonizados de sus padres, permanecía estática, silenciosa, con la mirada perdida en un punto inconcreto.Tuvo que ser una muerte horrible la de sus padres, envueltos en las devastadoras llamas que habían puesto fin a una vida de luchas y de sacrificios.En aquellos instantes, sin embargo, parecía incapaz de pensar nada. Seguía allí ante la tosca cruz de madera, insensible a todo como si ella-Diana— también estuviese muerta.
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Para Diana O’Malley, todos los relojes del mundo parecían haberse detenido en el momento en que sus padres murieron. Sola, sin la protección de nadie, ante el desolado espectáculo de su casa destruida por un incendio, y frente a la tumba donde reposaban los restos carbonizados de sus padres, permanecía estática, silenciosa, con la mirada perdida en un punto inconcreto.Tuvo que ser una muerte horrible la de sus padres, envueltos en las devastadoras llamas que habían puesto fin a una vida de luchas y de sacrificios.En aquellos instantes, sin embargo, parecía incapaz de pensar nada. Seguía allí ante la tosca cruz de madera, insensible a todo como si ella-Diana— también estuviese muerta.