Es la historia de una expiación: la de un pirata con arrebatos patrióticos.
Era en 1524 y las armaduras cubrían intrépidos corazones españoles, acaudillados, por Hernando de Soto. Pero España no se detenía en su ímpetu descubridor y el delta del Mississippi volvió a ser propiedad única de cocodrilos y grandes tortugas, nubes de brillantes garzas, negros cuervos, gaviotas y culebras de mar, hasta que un siglo después, un explorador francés, Robert Cavelier, «sieur» de La Salle, plantó el estandarte con la flor de lis en la desembocadura del Mississippi y, en honor a Luis XIV, bautizó Luisiana, aquella vasta extensión salvaje.
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Es la historia de una expiación: la de un pirata con arrebatos patrióticos. Era en 1524 y las armaduras cubrían intrépidos corazones españoles, acaudillados, por Hernando de Soto. Pero España no se detenía en su ímpetu descubridor y el delta del Mississippi volvió a ser propiedad única de cocodrilos y grandes tortugas, nubes de brillantes garzas, negros cuervos, gaviotas y culebras de mar, hasta que un siglo después, un explorador francés, Robert Cavelier, «sieur» de La Salle, plantó el estandarte con la flor de lis en la desembocadura del Mississippi y, en honor a Luis XIV, bautizó Luisiana, aquella vasta extensión salvaje.