«Un largo prólogo para un trabajo sencillo», pensaba Jud aquella tarde a las cuatro y cuarenta de la tarde. Dentro del automóvil de alquiler, aparcado a dos manzanas del Banco se puso a la escucha. Todo el equipo era portátil. Según la costumbre, Armstrong no tardaría en Jamar al Banco para dar la contraseña. Era viernes, 24 de mayo de 1968. Los minutos transcurrían lentos, lentos… Jud no dejaba de escuchar. Pronto oiría el chasquido del teléfono. Luego la voz de Armstrong llamando a sus subordinados. Cuatro cuarenta y cuatro… «Falta un minuto», pensó Jud. Contó los segundos.
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«Un largo prólogo para un trabajo sencillo», pensaba Jud aquella tarde a las cuatro y cuarenta de la tarde. Dentro del automóvil de alquiler, aparcado a dos manzanas del Banco se puso a la escucha. Todo el equipo era portátil. Según la costumbre, Armstrong no tardaría en Jamar al Banco para dar la contraseña. Era viernes, 24 de mayo de 1968. Los minutos transcurrían lentos, lentos… Jud no dejaba de escuchar. Pronto oiría el chasquido del teléfono. Luego la voz de Armstrong llamando a sus subordinados. Cuatro cuarenta y cuatro… «Falta un minuto», pensó Jud. Contó los segundos.