MUROS desnudos, húmedos, encerrando un silencio denso, sobrecogedor. Una sola bombilla pendiendo del bajo techo, luchando su luz espectral con la tétrica lobreguez de la cámara de la muerte. Trece hombres, sentados, inmóviles sobre el par de bancos de madera. Los trece clavaban sus ojos en la siniestra reina de la prisión: la silla eléctrica. Una silla, varias correas colgando de las patas, brazos y respaldo, y encima de éste un dispositivo semejante a un casco metálico.
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MUROS desnudos, húmedos, encerrando un silencio denso, sobrecogedor. Una sola bombilla pendiendo del bajo techo, luchando su luz espectral con la tétrica lobreguez de la cámara de la muerte. Trece hombres, sentados, inmóviles sobre el par de bancos de madera. Los trece clavaban sus ojos en la siniestra reina de la prisión: la silla eléctrica. Una silla, varias correas colgando de las patas, brazos y respaldo, y encima de éste un dispositivo semejante a un casco metálico.