JOE GALENTO avanzaba con parsimonia por las obscuras callejuelas del barrio portuario. Los faroles de luz amarillenta recortaban su alta silueta hercúlea. De vez en cuando, alguien le decía, con cierta premura: —Ciao, Joe. Galento hinchaba el tórax poderoso, satisfecho de su popularidad. Otras veces era él mismo quien advertía: —Adiós, Chuck.
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JOE GALENTO avanzaba con parsimonia por las obscuras callejuelas del barrio portuario. Los faroles de luz amarillenta recortaban su alta silueta hercúlea. De vez en cuando, alguien le decía, con cierta premura: —Ciao, Joe. Galento hinchaba el tórax poderoso, satisfecho de su popularidad. Otras veces era él mismo quien advertía: —Adiós, Chuck.