CUANDO Daniel Smore llegó a Viena en aquel atardecer de un día del mes de abril de 1949, él pensó, como siempre lo había pensado, que la capital austríaca, después de cuatro años de finalizada la conflagración mundial, habría resurgido como otras tantas capitales europeas con autonomía de gobierno propio.
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CUANDO Daniel Smore llegó a Viena en aquel atardecer de un día del mes de abril de 1949, él pensó, como siempre lo había pensado, que la capital austríaca, después de cuatro años de finalizada la conflagración mundial, habría resurgido como otras tantas capitales europeas con autonomía de gobierno propio.