Había cesado hacía bastante tiempo el tabletear de las máquinas de guerra modernas. El frente, el misterioso y amplio frente de Corea, descansaba. Solo, como ya se ha indicado, la explosión tardía de un obús del doce cuarenta o del quince y medio, iluminaba fugazmente el horizonte y dejaba pasar su seco estruendo, para perderse en la nada. Unos ojos vivaces, expresivos, fríos, como si fueran de acero, escrutaban a través de las tinieblas. Un corazón latía con atropello, inusitadamente, sin que su poseedor, pese al esfuerzo, pudiera hacerlo ir hacia la tranquilidad.
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Había cesado hacía bastante tiempo el tabletear de las máquinas de guerra modernas. El frente, el misterioso y amplio frente de Corea, descansaba. Solo, como ya se ha indicado, la explosión tardía de un obús del doce cuarenta o del quince y medio, iluminaba fugazmente el horizonte y dejaba pasar su seco estruendo, para perderse en la nada. Unos ojos vivaces, expresivos, fríos, como si fueran de acero, escrutaban a través de las tinieblas. Un corazón latía con atropello, inusitadamente, sin que su poseedor, pese al esfuerzo, pudiera hacerlo ir hacia la tranquilidad.