Zenna Davis me hizo dos favores. Dos más. Fue ella quien, desde su elegante y enmoquetado despacho del New York Times, llamó a la comisaría de Cannes para hablar con el prefecto Parmentier. Como el prefecto no conocía a Zenna, no podía imaginar lo que le esperaba. El torbellino cayó sobre él por sorpresa. Le enmudeció. Le asustó. Le arrasó.
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Zenna Davis me hizo dos favores. Dos más. Fue ella quien, desde su elegante y enmoquetado despacho del New York Times, llamó a la comisaría de Cannes para hablar con el prefecto Parmentier. Como el prefecto no conocía a Zenna, no podía imaginar lo que le esperaba. El torbellino cayó sobre él por sorpresa. Le enmudeció. Le asustó. Le arrasó.