—Tú hacías carreras de coches en otros tiempos, ¿verdad? —dijo Teresinha. Estábamos tumbados en una playa de su tierra portuguesa. Una de esas playas con el Atlántico todo para ti, kilómetros de arena fina sin un alma, y un sol de ensueño. Algo así como el Paraíso, en pocas palabras. —Por eso me llaman Indiana —respondí, sin demasiadas ganas de hablar. Prefería seguir tumbado al sol, dispuesto a hacerles competencia a las lagartijas durante milenios, lo menos. Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a nada semejante. —Ya, pero… ¿muy en plan profesional?
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—Tú hacías carreras de coches en otros tiempos, ¿verdad? —dijo Teresinha. Estábamos tumbados en una playa de su tierra portuguesa. Una de esas playas con el Atlántico todo para ti, kilómetros de arena fina sin un alma, y un sol de ensueño. Algo así como el Paraíso, en pocas palabras. —Por eso me llaman Indiana —respondí, sin demasiadas ganas de hablar. Prefería seguir tumbado al sol, dispuesto a hacerles competencia a las lagartijas durante milenios, lo menos. Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a nada semejante. —Ya, pero… ¿muy en plan profesional?