Bajo el verde emparrado del porche que prestaba una grata y fresca sombra, Duff Exway, el más rico y respetado terrateniente de Brownfield y cien millas en derredor, fumaba displicente medio derrumbado en una larga silla de extensión que le ofrecía holgura para estirar su larga y viril silueta, un poco pesada a aquellas horas por el calor del principio de la veraniega tarde y por la laboriosa digestión.Duff era un tipo enérgico y viril, de recio, pero flexible esqueleto, que poseía todos los vicios y las virtudes de un típico tejano.Era duro para el trabajo, enérgico para mantener la disciplina entre sus numerosísimos empleados que le respetaban y le temían a la par, porque le sabían justo, pero exigente; tozudo como una mula resabiada y socarrón cuando la socarronería resultaba para él un arma que, bien esgrimida, podía darle un éxito.
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Bajo el verde emparrado del porche que prestaba una grata y fresca sombra, Duff Exway, el más rico y respetado terrateniente de Brownfield y cien millas en derredor, fumaba displicente medio derrumbado en una larga silla de extensión que le ofrecía holgura para estirar su larga y viril silueta, un poco pesada a aquellas horas por el calor del principio de la veraniega tarde y por la laboriosa digestión.Duff era un tipo enérgico y viril, de recio, pero flexible esqueleto, que poseía todos los vicios y las virtudes de un típico tejano.Era duro para el trabajo, enérgico para mantener la disciplina entre sus numerosísimos empleados que le respetaban y le temían a la par, porque le sabían justo, pero exigente; tozudo como una mula resabiada y socarrón cuando la socarronería resultaba para él un arma que, bien esgrimida, podía darle un éxito.