La carta que Jack Kirsten había enviado a su viejo amigo y compañero Langstin Rand, desde el otro lado del Río Grande, carta que contestaba a otra suya consultándole su caso, no podía ser más extraña y expresiva a la par. El cansado y agotado ranchero la tenía entre sus manos después de haberla repasado varias veces y, a pesar de su mal humor, de sus achaques y de sus preocupaciones, sentía ganas de sonreír, quizá por vez primera, en muchos meses.
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La carta que Jack Kirsten había enviado a su viejo amigo y compañero Langstin Rand, desde el otro lado del Río Grande, carta que contestaba a otra suya consultándole su caso, no podía ser más extraña y expresiva a la par. El cansado y agotado ranchero la tenía entre sus manos después de haberla repasado varias veces y, a pesar de su mal humor, de sus achaques y de sus preocupaciones, sentía ganas de sonreír, quizá por vez primera, en muchos meses.