Las detonaciones vibraron secas, restallantes, con esa celeridad propia que los hombres duchos en el manejo de las armas saben imprimir cuando aplican el dedo en el percutor. Fue un tableteo continuado que se extinguió casi tan veloz como comenzó y entre cuyo estruendo se captaron algunos gritos alucinantes de agonía. Luego hubo voces, gritos roncos, maldiciones, patear de caballos relinchantes y, seguidamente, el ritmo acelerado de varios jinetes que galopaban alejándose, hasta que el sonido de los cascos de los caballos se perdió en la lejanía.
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Las detonaciones vibraron secas, restallantes, con esa celeridad propia que los hombres duchos en el manejo de las armas saben imprimir cuando aplican el dedo en el percutor. Fue un tableteo continuado que se extinguió casi tan veloz como comenzó y entre cuyo estruendo se captaron algunos gritos alucinantes de agonía. Luego hubo voces, gritos roncos, maldiciones, patear de caballos relinchantes y, seguidamente, el ritmo acelerado de varios jinetes que galopaban alejándose, hasta que el sonido de los cascos de los caballos se perdió en la lejanía.