El sargento Sheldon Fox, de la guardia cívica de aquella parte del Estado de Wyoming, se asomó a la puerta del puesto de recambio y echó una aguda mirada a lo largo de la polvorienta senda. Ésta, desierta, amarillenta, con reflejos dorados a causa del fuerte sol de la tarde, se perdía a lo lejos, serpenteando entre ribazos y setos diseminados por la llanura. Consultó su reloj. Eran casi las seis, y, si nada anormal había sucedido, la diligencia que subía desde Fontenelle a lo largo del pobre curso del Green River, no debía tardar mucho en llegar.
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El sargento Sheldon Fox, de la guardia cívica de aquella parte del Estado de Wyoming, se asomó a la puerta del puesto de recambio y echó una aguda mirada a lo largo de la polvorienta senda. Ésta, desierta, amarillenta, con reflejos dorados a causa del fuerte sol de la tarde, se perdía a lo lejos, serpenteando entre ribazos y setos diseminados por la llanura. Consultó su reloj. Eran casi las seis, y, si nada anormal había sucedido, la diligencia que subía desde Fontenelle a lo largo del pobre curso del Green River, no debía tardar mucho en llegar.