Leónidas aprovechó la parada para extraer del bolsillo un amplio pañuelo y, despojándose del sombrero, lo pasó sobre su morena frente bañada en sudor. La caminata había sido larga, el sol quemaba como las ascuas de una hoguera y en todo aquel maldito paraje que había atravesado durante el día anterior y parte de aquella mañana, no había encontrado un solo árbol para descansar a su sombra. Aquello parecía un desierto y de no ser porque el piso estaba cubierto de espesa hierba y porque había seguido el curso del Knife River, muy pobre de agua pero río al fin, hubiese creído que aquella parte de Dakota del Norte, era el propio desierto de Arizona, o acaso la antesala del infierno. Pero al fin parecía estar llegando a su destino, un destino absurdo y, seguramente un tanto peligroso, como la mayoría de las misiones que había venido desempeñando desde hacía tres años.
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Leónidas aprovechó la parada para extraer del bolsillo un amplio pañuelo y, despojándose del sombrero, lo pasó sobre su morena frente bañada en sudor. La caminata había sido larga, el sol quemaba como las ascuas de una hoguera y en todo aquel maldito paraje que había atravesado durante el día anterior y parte de aquella mañana, no había encontrado un solo árbol para descansar a su sombra. Aquello parecía un desierto y de no ser porque el piso estaba cubierto de espesa hierba y porque había seguido el curso del Knife River, muy pobre de agua pero río al fin, hubiese creído que aquella parte de Dakota del Norte, era el propio desierto de Arizona, o acaso la antesala del infierno. Pero al fin parecía estar llegando a su destino, un destino absurdo y, seguramente un tanto peligroso, como la mayoría de las misiones que había venido desempeñando desde hacía tres años.