CUANDO aquella enorme masa ondulante de cabezas cornudas, lomos inquietos y torsos peludos se detuvo jadeante en la dilatada pradera frente al bronco y ya famosísimo poblado de Abilene, Kerry Mikardo, que figuraba en el hatajo como uno de tantos peones de él, se limpió el sudor que perlaba su frente, empleando el amplio pañuelo que había sacado del bolsillo y observó que su blancura ya dudosa, había acabado de desaparecer convirtiendo el adminículo en algo repugnante de polvo y humedad.
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CUANDO aquella enorme masa ondulante de cabezas cornudas, lomos inquietos y torsos peludos se detuvo jadeante en la dilatada pradera frente al bronco y ya famosísimo poblado de Abilene, Kerry Mikardo, que figuraba en el hatajo como uno de tantos peones de él, se limpió el sudor que perlaba su frente, empleando el amplio pañuelo que había sacado del bolsillo y observó que su blancura ya dudosa, había acabado de desaparecer convirtiendo el adminículo en algo repugnante de polvo y humedad.