SAN Francisco, la perla del Pacífico, vibraba de exaltación, de alegría inusitada, de gente atacada de la más alta fiebre; era como una colosal casa de locos, tan grande, que los locos parecían estar sueltos en ella, cuando en realidad estaban encerrados en aquel trozo exótico de la costa salvaje. Eran los exaltados tiempos en que el oro, siendo la palanca del mundo, podía asegurarse que carecía de valor por su abundancia, y, sin embargo, la gente se peleaba y se mataba fríamente por poseerlo y los más osados hombres de los cuatro puntos cardinales, acudían a San Francisco atraídos por su esplendor y por la forma fácil de ganarlo, siempre que se entendiese por fácil poseer un corazón duro, una impetuosidad suicida y una mano ágil y cultivada empuñando el colt.
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SAN Francisco, la perla del Pacífico, vibraba de exaltación, de alegría inusitada, de gente atacada de la más alta fiebre; era como una colosal casa de locos, tan grande, que los locos parecían estar sueltos en ella, cuando en realidad estaban encerrados en aquel trozo exótico de la costa salvaje. Eran los exaltados tiempos en que el oro, siendo la palanca del mundo, podía asegurarse que carecía de valor por su abundancia, y, sin embargo, la gente se peleaba y se mataba fríamente por poseerlo y los más osados hombres de los cuatro puntos cardinales, acudían a San Francisco atraídos por su esplendor y por la forma fácil de ganarlo, siempre que se entendiese por fácil poseer un corazón duro, una impetuosidad suicida y una mano ágil y cultivada empuñando el colt.