La euforia era delirante. El Norte y el Sur habían firmado la paz tan anhelada por todos y la terrible sangría de vidas y de intereses que estaba sufriendo la nación, iba a empezar a cerrarse. Los miles de hombres que gastaban y no producían, abandonarían las armas por los útiles de labor. Donde tronó el cañón vibrarían cantos al trabajo, las tierras volverían a ser atendidas debidamente, los odios y rencores se irían apagando paulatinamente; una era de paz muy necesaria para el resurgimiento de la gran nación, empezaba a alborear. En uno de los campamentos más avanzados, donde la noticia de la paz sorprendió a los enemigos frente a frente a escasa distancia, se celebraba el acontecimiento con risas, bromas, gritos, bailes y bebidas. El whisky, el aguardiente y el ron, habían surgido no se sabía de dónde y aquellos hombres duros, acrisolados en la fatiga, la privación y la lucha, se sentían como chiquillos a quienes se les ofrece el juguete más de su gusto.
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La euforia era delirante. El Norte y el Sur habían firmado la paz tan anhelada por todos y la terrible sangría de vidas y de intereses que estaba sufriendo la nación, iba a empezar a cerrarse. Los miles de hombres que gastaban y no producían, abandonarían las armas por los útiles de labor. Donde tronó el cañón vibrarían cantos al trabajo, las tierras volverían a ser atendidas debidamente, los odios y rencores se irían apagando paulatinamente; una era de paz muy necesaria para el resurgimiento de la gran nación, empezaba a alborear. En uno de los campamentos más avanzados, donde la noticia de la paz sorprendió a los enemigos frente a frente a escasa distancia, se celebraba el acontecimiento con risas, bromas, gritos, bailes y bebidas. El whisky, el aguardiente y el ron, habían surgido no se sabía de dónde y aquellos hombres duros, acrisolados en la fatiga, la privación y la lucha, se sentían como chiquillos a quienes se les ofrece el juguete más de su gusto.