Por doquiera que se tendiese la vista, la soledad era agobiante. Un paisaje desolado, árido, amarillo y reseco, se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, como si una maldición bíblica hubiese matado todo signo de vida en aquel paraje, y hasta los lagartos que reptaba como saetas verdes por el resquebrajado piso parecían huir medrosos de él buscando algún lugar más acogedor.
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Por doquiera que se tendiese la vista, la soledad era agobiante. Un paisaje desolado, árido, amarillo y reseco, se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, como si una maldición bíblica hubiese matado todo signo de vida en aquel paraje, y hasta los lagartos que reptaba como saetas verdes por el resquebrajado piso parecían huir medrosos de él buscando algún lugar más acogedor.