Moría la tarde plácidamente. El cielo empalidecía al alejarse el resplandor solar, ya desaparecido tras las altas montañas, y, lejos, el lucero de la tarde brillaba con fuerza, como si fuese un colosal diamante suspendido en el vacío. Soplaba un aire cálido que arrastraba el polvo de la tierra reseca y la menuda arena de las rocas pulverizadas con los barrenos para ahondar en las entrañas de las montañas y poder seguir el curso de los filones que, rebeldes a que la mano del hombre encontrase facilidades para apropiárselos, se clavaban en la roca, tratando de hacer de ella un baluarte inexpugnable a la codiciosa mano del prospector.
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Moría la tarde plácidamente. El cielo empalidecía al alejarse el resplandor solar, ya desaparecido tras las altas montañas, y, lejos, el lucero de la tarde brillaba con fuerza, como si fuese un colosal diamante suspendido en el vacío. Soplaba un aire cálido que arrastraba el polvo de la tierra reseca y la menuda arena de las rocas pulverizadas con los barrenos para ahondar en las entrañas de las montañas y poder seguir el curso de los filones que, rebeldes a que la mano del hombre encontrase facilidades para apropiárselos, se clavaban en la roca, tratando de hacer de ella un baluarte inexpugnable a la codiciosa mano del prospector.