Erle Treland dejó sobre el tablero de su mesa la carta que el visitante le había entregado, y tras dar una larga chupada a la pipa y contemplar al forastero un momento, como si quisiera leer a través de su frente los pensamientos que le animaban, exclamó: —Bien, señor Ky. Mi amigo King le recomienda a usted con entusiasmo como el hombre que yo puedo necesitar y asegura que hasta hace pocos meses fue usted sargento de los montados de Texas. ¿Por qué dejó tan buen empleo? —No fue por miedo ni porque mi comportamiento me obligase a adelantarme a una medida que los demás podían haber tomado en contra mía. Lo dejé sencillamente, porque la rigidez del servicio y la obligación que me robaba todas las horas del día, eran incompatibles con ciertos asuntos personales que yo tenía necesidad de resolver. —¿Y los resolvió?
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Erle Treland dejó sobre el tablero de su mesa la carta que el visitante le había entregado, y tras dar una larga chupada a la pipa y contemplar al forastero un momento, como si quisiera leer a través de su frente los pensamientos que le animaban, exclamó: —Bien, señor Ky. Mi amigo King le recomienda a usted con entusiasmo como el hombre que yo puedo necesitar y asegura que hasta hace pocos meses fue usted sargento de los montados de Texas. ¿Por qué dejó tan buen empleo? —No fue por miedo ni porque mi comportamiento me obligase a adelantarme a una medida que los demás podían haber tomado en contra mía. Lo dejé sencillamente, porque la rigidez del servicio y la obligación que me robaba todas las horas del día, eran incompatibles con ciertos asuntos personales que yo tenía necesidad de resolver. —¿Y los resolvió?