Curtis Cohen penetró lentamente en “Doree Saloon”, y, moviendo grotescamente sus estevadas piernas, signo inequívoco de sus muchas jornadas a lomos de un caballo, se dirigió a la barra, apoyóse de espaldas en ella y, echándose hacia atrás su sombrero gris perla de anchas alas, se pasó la mano por la morena y sudorosa frente y lanzó un concienzudo vistazo a las mesas donde algunos grupos entretenían el ocio de la media tarde jugando al póker.
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Curtis Cohen penetró lentamente en “Doree Saloon”, y, moviendo grotescamente sus estevadas piernas, signo inequívoco de sus muchas jornadas a lomos de un caballo, se dirigió a la barra, apoyóse de espaldas en ella y, echándose hacia atrás su sombrero gris perla de anchas alas, se pasó la mano por la morena y sudorosa frente y lanzó un concienzudo vistazo a las mesas donde algunos grupos entretenían el ocio de la media tarde jugando al póker.