Cuando Marian abandonó el lecho y se asomó a la puerta de la cabaña estirando con languidez sus bien torneados brazos para atusar un poco su rubia cabellera revuelta durante el sueño, el sol lucía ya pálidamente. Era como una rosa dorada, desvaída y perezosa, falta de color. Un sol de otoño, que necesitaría de la fuerza del día para brillar con más esplendor. La joven se estremeció ligeramente al sentir sobre su cuerpo aún caliente, el zarpazo crudo de la mañana.
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Cuando Marian abandonó el lecho y se asomó a la puerta de la cabaña estirando con languidez sus bien torneados brazos para atusar un poco su rubia cabellera revuelta durante el sueño, el sol lucía ya pálidamente. Era como una rosa dorada, desvaída y perezosa, falta de color. Un sol de otoño, que necesitaría de la fuerza del día para brillar con más esplendor. La joven se estremeció ligeramente al sentir sobre su cuerpo aún caliente, el zarpazo crudo de la mañana.