Aquella tarde del reseco julio, el sol convertía el poblado y los campos en un verdadero infierno. Como gozándose en su fuerza, el astro rey derramaba implacable el oro ardiente de sus rayos, y la atmósfera era pesada, abrumadora; las fachadas de las casas quemaban al apoyar las manos en ellas, la hierba mustia, quemada, daba la sensación de un dilatado tapiz de ceniza consolidada, y las moscas pegajosas, incansables, volaban en bandadas en torno a casas y personas, contribuyendo con sus picotazos rabiosos a poner más fuego en la sangre y en el ambiente.
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Aquella tarde del reseco julio, el sol convertía el poblado y los campos en un verdadero infierno. Como gozándose en su fuerza, el astro rey derramaba implacable el oro ardiente de sus rayos, y la atmósfera era pesada, abrumadora; las fachadas de las casas quemaban al apoyar las manos en ellas, la hierba mustia, quemada, daba la sensación de un dilatado tapiz de ceniza consolidada, y las moscas pegajosas, incansables, volaban en bandadas en torno a casas y personas, contribuyendo con sus picotazos rabiosos a poner más fuego en la sangre y en el ambiente.