Wladimir Chardon, sheriff de Candelaria, un poblado del oeste de Texas situado en la misma divisoria con México se encontraba sentado en un ancho sillón de cuero detrás de la mesa de su despacho. Hombre obeso, sanguíneo, muy dado a comer como un lobo y a beber como una esponja seca metida en un cubo, se sentía satisfecho hasta el límite. Aquel día era para él un día feliz, porque según el arqueo que acababa de efectuar, sus ahorros bien escondidos para que nadie sintiese sospechas respecto al modo de atesorar tales ganancias, ascendían a 14.000 dólares, bonita cantidad, con la que un hombre de iniciativa podía hacer muchas cosas en el mundo.
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Wladimir Chardon, sheriff de Candelaria, un poblado del oeste de Texas situado en la misma divisoria con México se encontraba sentado en un ancho sillón de cuero detrás de la mesa de su despacho. Hombre obeso, sanguíneo, muy dado a comer como un lobo y a beber como una esponja seca metida en un cubo, se sentía satisfecho hasta el límite. Aquel día era para él un día feliz, porque según el arqueo que acababa de efectuar, sus ahorros bien escondidos para que nadie sintiese sospechas respecto al modo de atesorar tales ganancias, ascendían a 14.000 dólares, bonita cantidad, con la que un hombre de iniciativa podía hacer muchas cosas en el mundo.