El hombre se presentó ante el juez de Fayetteville, ciudad situada en el extremo noroeste de Arkansas. Llevaba un irreprochable traje gris, una camisa blanca y corbata de lazo. Lucia también un revólver. Debía tener unos veintiocho años y era alto, moreno, con los ojos entre grises y azules. Su mandíbula era cuadrada, y bajo la tela de su bien planchado traje se adivinaban músculos de acero. Pero no tenía aspecto de pistolero ni de truhan; antes bien, debajo de uno de sus brazos llevaba un libro. El juez preguntó: —¿Quién es usted? El recién venido no contestó. Pasó una mirada por el despacho que era amplio pero destartalado, y entreabrió un poco la levita mostrando su chaleco. Prendida en ese chaleco había una estrella negra.
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El hombre se presentó ante el juez de Fayetteville, ciudad situada en el extremo noroeste de Arkansas. Llevaba un irreprochable traje gris, una camisa blanca y corbata de lazo. Lucia también un revólver. Debía tener unos veintiocho años y era alto, moreno, con los ojos entre grises y azules. Su mandíbula era cuadrada, y bajo la tela de su bien planchado traje se adivinaban músculos de acero. Pero no tenía aspecto de pistolero ni de truhan; antes bien, debajo de uno de sus brazos llevaba un libro. El juez preguntó: —¿Quién es usted? El recién venido no contestó. Pasó una mirada por el despacho que era amplio pero destartalado, y entreabrió un poco la levita mostrando su chaleco. Prendida en ese chaleco había una estrella negra.