Johnny dejó el coche estacionado ante su casa, situada en las afueras de Londres. Era un caserón amplio y antiguo, de dos pisos, grandes habitaciones y un jardín delantero desde donde trepaban las hiedras hasta las ventanas superiores de la casa. Johnny la miró mientras giraba la llave de contacto y descendía del veloz automóvil. En aquella mansión habían vivido sus abuelos y sus padres, que a su vez habían muerto en la misma. También allí, en Lionel Manor, había nacido él. Sus correrías a lo largo y ancho del mundo no le habían hecho olvidar aquella casa, a la que, por el contrario, amaba cada día más.