Los dos hombres descendieron la colina llevando tras de sí un grupo de ocho magníficos caballos. Eran auténticos pura sangre, escrupulosamente criados y entrenados, unos caballos que en cualquier mercado hubiesen valido una pequeña fortuna. Y en eso confiaban los dos hombres. En obtener por ellos el fruto de dieciocho meses de sudores, empleados en convertirlos en los magníficos corceles que ahora marchaban tras sus pasos. Uno de los dos hombres, el más viejo, señaló la inmensa zona desértica que se extendía a lo lejos.
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Los dos hombres descendieron la colina llevando tras de sí un grupo de ocho magníficos caballos. Eran auténticos pura sangre, escrupulosamente criados y entrenados, unos caballos que en cualquier mercado hubiesen valido una pequeña fortuna. Y en eso confiaban los dos hombres. En obtener por ellos el fruto de dieciocho meses de sudores, empleados en convertirlos en los magníficos corceles que ahora marchaban tras sus pasos. Uno de los dos hombres, el más viejo, señaló la inmensa zona desértica que se extendía a lo lejos.