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Unos meses después de concluida la guerra de Secesión, que terminó con el triunfo de los ejércitos del Norte, El caos reinaba todavía en Texas. La que siempre fue tierra de bandoleros y de desesperados, de aventureros y de proscritos, se había convertido más que nunca en un verdadero cubil de alimañas. Por un lado la asolaban los bandidos mejicanos de la frontera, que se habían envalentonado con la falta de vigilancia; de otro los fugitivos del ejército del Sur, muchos de los cuales habían preferido convertirse en forajidos antes que prisioneros; y, por fin, los vencedores, los soldados del ejército del Norte, buena parte de los cuales estaban sedientos de botín y habían sustituido las acciones de guerra por las incursiones de rapiña.