El oficial de ordenanza se cuadró rígidamente y anunció: —Señores: ¡El presidente Grant! Todos los que estaban en la antesala se pusieron en pie. Aquella mañana de abril eran cuatro personas. Un diplomático, que venía en visita particular, un general, el gobernador del Estado de Alabama y un vaquero. El vaquero encajaba allí menos que unas zapatillas con un traje de gran gala. Desde que entró y oyeron el sonido de sus espuelas, los otros tres se volvieron para mirarle. En sus expresiones se leyó una clara mueca de menosprecio. El vaquero era alto, joven y parecía arrancado del mismísimo Texas. No le faltaba nada, ni un revólver con el punto de mira recortado, como los pistoleros profesionales. Apenas había entrado cuando el general le miró las espuelas.
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El oficial de ordenanza se cuadró rígidamente y anunció: —Señores: ¡El presidente Grant! Todos los que estaban en la antesala se pusieron en pie. Aquella mañana de abril eran cuatro personas. Un diplomático, que venía en visita particular, un general, el gobernador del Estado de Alabama y un vaquero. El vaquero encajaba allí menos que unas zapatillas con un traje de gran gala. Desde que entró y oyeron el sonido de sus espuelas, los otros tres se volvieron para mirarle. En sus expresiones se leyó una clara mueca de menosprecio. El vaquero era alto, joven y parecía arrancado del mismísimo Texas. No le faltaba nada, ni un revólver con el punto de mira recortado, como los pistoleros profesionales. Apenas había entrado cuando el general le miró las espuelas.