El sheriff Cassidy, recién nombrado por los vecinos de la ciudad de Denver, cruzó la calle y vio el gran letrero que estaba siendo clavado en la fachada del Banco más importante de la capital de Colorado. El letrero era llamativo, demasiado llamativo incluso para lo que exige la seriedad de un Banco. Pero no cabía duda de que convenía llamar la atención, si uno quería captar los ahorros de los mineros que operaban en la zona, y que empezaban a sacar buenos capitales de las primeras estribaciones de las Rocosas. El sheriff Cassidy saludó a los dos hombres que clavaban aquello. —Resulta muy atractivo —dijo—. ¿Quién se lo ha encargado? —El dueño, el señor Watson.
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El sheriff Cassidy, recién nombrado por los vecinos de la ciudad de Denver, cruzó la calle y vio el gran letrero que estaba siendo clavado en la fachada del Banco más importante de la capital de Colorado. El letrero era llamativo, demasiado llamativo incluso para lo que exige la seriedad de un Banco. Pero no cabía duda de que convenía llamar la atención, si uno quería captar los ahorros de los mineros que operaban en la zona, y que empezaban a sacar buenos capitales de las primeras estribaciones de las Rocosas. El sheriff Cassidy saludó a los dos hombres que clavaban aquello. —Resulta muy atractivo —dijo—. ¿Quién se lo ha encargado? —El dueño, el señor Watson.