Jean Verneil era un hijo de perra. Sí, ya sé que es muy cómoda esta confesión después de haberle matado, después de haberle enviado al fondo de la fosa más oscura del cementerio de Montparnasse. Pero le juro que era así. Era un hijo de perra, señor presidente. Todo empezó cuando me dijo aquella tarde de domingo, en un momento en que las calles estaban tranquilas y en que los árboles de la Avenue Foch reían como si efectivamente estuviéramos en el campo.
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Jean Verneil era un hijo de perra. Sí, ya sé que es muy cómoda esta confesión después de haberle matado, después de haberle enviado al fondo de la fosa más oscura del cementerio de Montparnasse. Pero le juro que era así. Era un hijo de perra, señor presidente. Todo empezó cuando me dijo aquella tarde de domingo, en un momento en que las calles estaban tranquilas y en que los árboles de la Avenue Foch reían como si efectivamente estuviéramos en el campo.