El hombre se acercó al mostrador de recepción del Goldstone, el mejor hotel de Tucson en aquella época. Era un joven alto, fuerte y rubio. Se adivinaba en él al hombre acostumbrado a vivir al aire libre, pese a lo cual tenía un aspecto de cierta elegancia que debía ser innata. Iba vestido con pantalones téjanos, botas de media caña de color claro, chaqueta de piel y sombrero blanco. Un rebelde mechón rubio asomaba bajo el ala de aquel sombrero. Llevaba un maletín colgando de la mano derecha. —Quisiera una habitación —dijo—. Y tomar un baño.
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El hombre se acercó al mostrador de recepción del Goldstone, el mejor hotel de Tucson en aquella época. Era un joven alto, fuerte y rubio. Se adivinaba en él al hombre acostumbrado a vivir al aire libre, pese a lo cual tenía un aspecto de cierta elegancia que debía ser innata. Iba vestido con pantalones téjanos, botas de media caña de color claro, chaqueta de piel y sombrero blanco. Un rebelde mechón rubio asomaba bajo el ala de aquel sombrero. Llevaba un maletín colgando de la mano derecha. —Quisiera una habitación —dijo—. Y tomar un baño.