El agudo grito de guerra resonó a través de la llanura. Los hombres que estaban sitiados tras los carros y los sacos de arena miraron como alucinados aquella especie de marea infernal que iba a desplomarse sobre sus cabezas. Era el tercer ataque. Los otros dos habían dejado sus fuerzas tan diezmadas que apenas podrían resistir un nuevo asalto, a poco fuerte que éste resultara. Y el tercer ataque resultaba no sólo fuerte, sino arrollador. No comprendían de dónde Cara Serena, el temible jefe sioux, había logrado sacar tantos hombres. El campo estaba cubierto de cadáveres, y sin embargo éstos seguían saliendo de todas partes: de los cañaverales, de las vaguadas, de las cimas de las colinas. Diríase que el mundo entero estaba lleno de ellos. Y su salvaje grito de guerra, mientras avanzaban, hacían estremecer a los escasos veinticinco defensores de la posición, a los que el rifle empezaba a temblar entre las manos.
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El agudo grito de guerra resonó a través de la llanura. Los hombres que estaban sitiados tras los carros y los sacos de arena miraron como alucinados aquella especie de marea infernal que iba a desplomarse sobre sus cabezas. Era el tercer ataque. Los otros dos habían dejado sus fuerzas tan diezmadas que apenas podrían resistir un nuevo asalto, a poco fuerte que éste resultara. Y el tercer ataque resultaba no sólo fuerte, sino arrollador. No comprendían de dónde Cara Serena, el temible jefe sioux, había logrado sacar tantos hombres. El campo estaba cubierto de cadáveres, y sin embargo éstos seguían saliendo de todas partes: de los cañaverales, de las vaguadas, de las cimas de las colinas. Diríase que el mundo entero estaba lleno de ellos. Y su salvaje grito de guerra, mientras avanzaban, hacían estremecer a los escasos veinticinco defensores de la posición, a los que el rifle empezaba a temblar entre las manos.